Antonio Vázquez, Ángel, fue un escritor maldito, proscrito, denostado por la mayoría de sus compañeros.  Le tocó vivir una época en la que su homosexualidad y alcoholismo no estaban bien visto, si hubiera nacido en América habría pertenecido a la generación Beat donde sus defectos hubieran sido ensalzados como virtudes creadoras, pero nació en Tánger, donde los vicios campaban a sus anchas pero no eran carta de presentación en los ambientes literarios españoles.

Aún sin ser reconocido como se merece en España, ha sido de los poco escritores que han sabido plasmar en una obra la difícil temática del monólogo interior además de ser el escritor que recuperó el idioma «haketía» que se hablaba en Marruecos. Si no es por él esta lengua o «dialecto» hubiera desaparecido definitivamente.

Amó a Marruecos, pero del amor al odio solo hay un paso. Sus coetáneos españoles lo mandaron al ostracismo. Murió solo en un Madrid que no lo aceptaba, a pesar de haber ganado el Premio Planeta. Quemó su propia obra, quizás por miedo, como el que deja a un hijo huérfano o quizás, por odio, porque sus compañeros de letras jamás le hicieron justicia.  No dejó herederos. Pero los escritores que conocemos su obra y su vida,  nos sentimos en deuda con él.

34 años hace que falleció, un 26 de febrero, algún día se le concederá el sitio que merece.