“Los grandes saben cuando morirse para fastidiar a todo el mundo” citaba un diario digital el mismo día de su fallecimiento.
¿Queda alguien todavía que no haya conocido u oído hablar de Macondo, ese territorio eterno donde conviven imaginación, realidad, mito, sueño y deseo? A mi me bastó un día y medio para zambullirme en los cien años de su historia.
Sí, se nos fue Gabriel García Márquez, a pocos días de celebrar el Día Internacional del Libro y por si alguien quedaba por leerlo, después de su marcha, se ha disparado, más si cabe, la venta de su obra.
El colombiano más importante de todos los tiempo, como todos sabemos, creó una nueva forma de narrar y revolucionó la literatura, pero por encima de todo, fue un periodista que amó su profesión. Kapuscinski dijo de él: “Su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura”.
Se ha comentado también en estos días que su último viaje ha recalado en Macondo, donde siempre quiso estar, pero me van a permitir que discrepe de esa teoría. El escritor que amaba los silencios y odiaba las preguntas, dejó de ser el propietario de ese territorio cotidiano e irreal en el momento que le puso punto final y nos cedió el traspaso para que sus lectores-amigos, lo convirtiéramos en la comuna de todos nuestros sueños inconfesos. Él ya vivió sus cien años de soledad durante el año y medio que, incomunicado del mundo, lo creó para, al final, destruirlo. Y como él mismo citó: “No tenemos otros mundos al que podernos mudar”.
Pero Gabriel no es solo Cien años de soledad, muchos más títulos, con su sello original, ocupan puestos importantes en librerías de medio mundo. Por ello, y como son tantos para comentarlos uno a uno, me van a permitir la licencia de terminar este artículo con un breve relato formado por la mayoría de los títulos de su extensa obra y lo he titulado “El laberinto de los muertos” y dice así:
Yo no vengo a decir un discurso, vengo a contar el relato de un náufrago, en esa mala hora, en la que uno puede vivir para contarla.
Cien años de soledad fue la condena impuesta al coronel que no tiene quien le escriba. Solo la memoria de sus putas tristes pudieron remover en su alma de nuevo, el amor del pasado, el amor en silencio, el amor en tiempos de cólera.
No tuvo más remedio que cuadrarse ante el general en su laberinto en aquel triste Otoño del Patriarca, cuando la noticia del secuestro convirtió su pasado en hojarasca seca.
Entonces sus ojos, se convirtieron en ojos de perro azul que serpenteaban por aquel laberinto de almas y otros demonios.
En agosto nos vemos – dijo y se despidió del general que cabalgaba, insolente, sobre los rescoldos de su historia inacabada.
Entonces, antes de llegar a su destino, sucedió de golpe, sin avisar. Los vecinos que lo conocían, susurraron – Esto era la crónica de una muerte anunciada. Y el coronel, preso de sus náufragos sentimientos, pudo por fin dejar atrás, el laberinto de los muertos.
Descanse en paz allí donde estés, Gabo.
AUDIO PARA ONDA CERO ALGECIRAS:
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