TOTALÁN.

Por Nurya Ruiz Fdez.

Semana convulsa esta, la del mes de enero del recién estrenado 2019:
Teresa May y su peculiar Brexit agoniza ante la mirada atónita de medio mundo.
Donald Trump delira con un muro patentado por su propio egocententrismo y él mismo se idolatra porque cada vez le quedan menos que le aplaudan.
En un pueblo perdido de Polonia, un alcalde es asesinado en directo ante cientos de personas que se congregaban en una acto benéfico, y no sólo eso, si no que el asesino tiene un minuto y medio para hablar en el atril donde su asesinado yace a borbotones, sin que nadie durante ese largo minuto hiciera nada.
En Madrid la extrema izquierda se desmembra, Epi y Blas como ellos se llamaron en su día, ya no tienen esa complicidad de la que alardeaban en épocas pasadas. Y Errejón, el Blas de la comedia, se fuga con una rubia de ojos azules, como en la canción de Sabina.
De Cataluña, ya no hace falta seguir hablando, cansa tanto que ni medio minuto le ofrezco en mis artículos. Como diríamos en mi pueblo, son unos jartibles, pero siempre hay un presidente que después de mirarse al espejo y preguntarse quién es el más guapo,
les baila el agua y les ofrece flush para no quedarse solo en la pista de baile.
En Andalucía, la extrema derecha araña sillones que no están dispuestos a abandonar ni para ir a Sevilla; mientras, Susana anda loca buscando un ratón que le regale el queso que ella cree que le han robado; y entre naranjitos y gaviotas azules, se han comido un
pastel después de 37 años de dieta, que a ver si no se empachan de tanto llenarse el estómago de pronto.
Y ustedes creen que todo esto me importa a mi algo cuando desde el domingo 13, sí 13, el número maldito, nos enteramos que en España, en Andalucía, en Málaga en concreto, existe un pueblo que parece tener nombre azteca, Totalán, y que allí desde hace una semana, un niño de 2 años, caído en un agujero de 25 centímetros ¡nadie sabe cómo rescatarlo ante la desesperación de unos padres impotentes! Sin que los políticos se remanguen las mangas, todos a una, se olviden de sus diferencias y salven una vida inocente que nada sabe de estrategias ajenas. Ellos solo siguen preocupados en ver quién tiene su ombligo más rasurado, y nosotros pendientes a la pantalla por si ocurre el milagro.
A veces la realidad está equivocada, y los sueños se convierten en pesadillas. Nosotros, sin más remedio, quedamos como meros espectadores que con ojos de platos y la boca abierta, se nos atraganta el pan nuestro de cada día ante el televisor, con la esperanza de que por fin consigan salvar a Julen.

Lo demás, como dirían en mi pueblo, me importa un carajo, señores.