Por Nurya Ruiz Fdez.
Nada más recibir la amarga noticia de la desaparición de la pintora algecireña, Blanca Orozco, una frase de Rabindranath Tagore, se me vino a la cabeza: «Las nubes vienen flotando a mi vida, ya no para llevar la lluvia o la tormenta, si no para agregar color al cielo de mi atardecer».
El mundo del arte y la cultura en la comarca se ha vestido de luto por Blanca Orozco, cuando su nombre desprendía luz hasta en el último de los suspiros.
«El mundo siempre parece ser más hermoso tras una sonrisa» y la Orozco ofrecía la suya, blanca y hermosa, a todo el que la conocía, porque como dijo Chaplin «la sonrisa dura un segundo, pero su recuerdo nunca se borra».
Blanca se ha ido a otro mundo con más colores, con más lienzos en blanco, con más espacios abiertos donde sonreír, de eso estoy convencida. Me consta que ella no le tuvo miedo a la parca cuando llamó definitivamente a su puerta, seguro que como gran lectora algún día leyó los versos de Antonio Machado que decían «la muerte es algo que no debemos temer porque mientras somos, la suerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos».
Blanca nos ha dejado un legado de humanidad, de ganas de vivir, de sensibilidad infinita, de terracotas y añiles, de aires de levante que cruzan el Estrecho, de lienzos dibujados con el alma, y un alma rebosante de creatividad que vivirá por los siglos en su amplia obra pictórica, porque el arte, la pintura, era el vehículo por donde ella expresaba lo que no se podía decir con palabras.
Orozco consiguió con su paleta crearnos sentimientos intensos difíciles de borrar de nuestra mente, porque nos regaló su ser más íntimo, su profunda perspectiva del mundo y de cómo experimentaba su propia realidad.
Eso nos quedará de ella y mucho más, porque parafraseando a Bernard Shaw, Blanca Orozco usaba un espejo de cristal para ver su cara, pero usaba obras de arte para ver su alma.
Descanse paz.
