Por Nurya Ruiz Fdez.
Recuerdo a mi abuela remendando las puntas de los calcetines cerca de la ventana del salón, con grandes gafas de pasta, mientras en mi corta edad pensaba si no se pincharía con la aguja. Y el agujero negro por donde cabían dos dedos de mi abuela se iba haciendo pequeñito hasta que desaparecía por completo.
Yo no sabía que aquello de cerrar agujeros negros, con las gafas sobre la punta de la nariz y un dedal de plata se llamaba remendar, pero ante mis ojos infante, se me aparecía como cuando un dragón escupía fuego por la boca y después ese fuego desparecía al cerrar sus grandes fauces. Y entonces, me imaginaba a mi abuela como un hada grande y hermosa, que cerraba la boca de los dragones y siempre era la vencedora. Y yo la abrazaba porque me sentía segura a su lado, aunque nunca le dije nada.
Los años pasaron, los dragones ya se habían extinguido de mi imaginación pero los agujeros negros seguían existiendo y yo no usaba dedal de plata ni aguja para cerrarlos. Echaba de menos a mi abuela, pero no estaba y yo no me sentía segura. Así que un día, me armé de valor, y como una aprendiz de hada blanca, cerré las fauces de un dragón que me molestaba de mala manera. Y al mirarme las manos vi por unos segundos un dedal de plata y una aguja enganchada en mis dedos. Entonces comprendí que había remendado un agujero negro de un calcetín imaginario.
Más tarde, mis ojos de juventud empezaron a leer poesía, y la palabra remendar aparecía en muchos de los versos, busqué en el diccionario esa palabra y decía “reforzar con puntadas una tela o tapar un agujero” y entonces, me di cuenta, que la vida estaba hecha de remiendos, de agujeros negros y de dragones que humean porque los grandes poetas así lo expresaban aunque con otras palabras.
Pero la juventud te hace ser más tonta de lo que te crees que ya eres, y con esa rebeldía que caracteriza la edad del pavo, dejé de creer en dragones, hadas, agujeros negros y dedales de plata. Me sentía tan segura, que ya no soñaba con mi abuela por las noches ni la echaba de menos por la mañana. Me creía más que un hada, una diosa del Olympo, y me di de bruces con murallas de cartón piedra que me hicieron mucho, mucho daño.
Más tarde, con los ojos de adulta me topé con muchos dragones que desprendían fuego y hasta veneno por sus bocas y la necesidad me convirtió en la mejor costurera, ahora mi dedal de plata está bollado por un lado y la aguja la he cambiado en multitud de ocasiones.
Ahora, con los ojos de sabiduría que me han dado los años, remiendo agujeros, sí, remiendo los agujeros del alma. Y a mi abuela cada noche le guiño un ojo y le mando los te quiero que nunca le dije.