Por Nurya Ruiz Fdez.
Hoy, por fin es el día del silencio. Del silencio de las balas, del silencio de las metrallas, del silencio del tiro en la nunca, del silencio de los gritos de miedos, del silencio de las lapas bajo los coches.
Hoy, por fin, la democracia de este país ha perdido el miedo.
Nací en el 68 y crecí con el nombre de Josu Ternera grabado en mis retinas. Crecí, con el miedo de encender la tele y encontrarme un muerto más a mano de estos asesinos en serie.
Recuerdo haber conocido a jóvenes esposas que tenían a sus maridos en el País Vasco y que no podían estar a su lado por la humillación y las amenazas, era eso, o vivir en el anonimato durante años junto a sus hijos, con miedo a ser descubiertas, como si por casarse con un guardia civil hubiesen cometido un delito del que estaban en busca y captura.
Recuerdo el asesinato a sangre fría, radiado minuto a minuto a través de los medios, de Miguel Angel Blanco. Aún recuerdo como todos estábamos pegados a la radio, con la boca abierta de espanto y cómo lloramos al saber del tiro en la nuca.
Tuve la suerte de nacer en Andalucía donde el terror a estos asesinos estaba más atenuado, por la distancia y las diferencias, aunque tampoco nos libramos de sus sentencias de muertes. Recuerdo todavía las manchas de sangre, en las calles de Sevilla del matrimonio Becerril, asesinados a sangre fría por la espalda, una noche de esas que en Sevilla sirven para escribir poesía. En esta ocasión, Sevilla y tantos otros sitios de Andalucía, sus noches se tiñeron de rojo, rojo de rabia y de impotencia.
Después de 854 muertos y 50 años de terror, nos levantábamos una mañana con la noticia de “Eta se disuelve”. Esos asesinos no se disolvieron, no, se asfixiaron dentro de una sociedad que dijo ¡Basta! y unos políticos que dejaron de mirar para otro lado. Lo asfixió su propio pueblo, por el que decían matar, porque ya no los miraban con los mismos ojos de antaño.
En la historia hay quienes han matado en nombre de Dios, y también, quienes han matado en nombre de ideologías políticas. Asesinos ambos, y como tales deben ser juzgados.
Josu Ternera no es el último asesino de ETA detenido, Juana Chao y algunos más siguen viviendo del cuento y de los gobiernos cómplices que los acogen. ¡Y dicen que está enfermo! A los cobardes como ellos ni en el infierno los quieren.
Y termino con la última estrofa del poema de Benedetti, titulado El lugar del Crimen, para que los que faltan por arrestar en esos países de labios sellados, se apliquen el cuento:
… la sorpresa es que allí nunca hubo indultos
ni dispensas ni olvido ni fronteras
y de pronto se hallan
con que el lugar del crimen
los espera implacable
en el vedado de sus pesadillas.