Por Nurya Ruiz. 09/09/19
Frida Kahlo, la artista que convirtió su obra en icono universal de la lucha femenina, murió de pena. Aunque en su biografía aparece que falleció a consecuencia de una embolia pulmonar, hay que saber leer entre líneas para conocer realmente a esta mujer de cuerpo pequeño y mirada de oscuras galerías subterráneas.
La mexicana más ilustre del siglo XX, la pintora que hizo de su vida un lienzo y que se fue con la sonrisa puesta allá donde duermen las leyendas, luchó casi toda su vida por paliar el dolor. Pero el dolor físico que le provocaba su pierna enferma de poliomielitis o su columna resquebrajada por el accidente de aquel autobús donde iba con sus compañeros de clases, no era lo que más daño le provocaba.
Lo que realmente la carcomía por dentro, lo que realmente le dolía en el alma, lo que realmente la llevó a la tumba con apenas 47 años, fue la decepción, el rechazo, el silencio, la infamia, las mentiras y el egoísmo del hombre al que amó y admiró desde el día que lo conoció con 16 años, Diego Rivera.
El pintor de murales que se creyó Dios, y solo era un hombre mirándose el ombligo. Se vanagloriaba de sus conquistas igual que de sus obras, ese señor fue porque Kahlo lo apoyó, y dejó de ser, en cuanto ella lo abandonó.
No pudo la mexicana romper nunca los lazos con él, como no pudo dejar de pintar cada vez que la decepcionaba. Quizás si hubiera conseguido llegar a ser madre, algo que tanto anhelaba, la vida de Frida hubiera sido otra. Pero seguro que no la hubiésemos conocido igual.
Con su pintura la Kahlo dio alas a su creatividad para escapar del dolor, del dolor que le causaba Rivera. Para el dolor físico, la morfina, el alcohol y los opiaceos los utilizaba como paliativo, pero Rivera jamás la ayudó a desengancharse de ellos, ni siquiera la ayudó a ser la gran pintora que fue. Rivera fue un lastre en su vida, y a la vez, el demonio de sus cuadros.
Frida amó mucho, libre y apasionadamente, que tuvo aventuras, puede ser, da igual con qué sexo se juntara, porque ella solo buscaba liberarse de su propio sufrimiento, el que le causaba con sus actos Diego Rivera, porque como dijo ella misma “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida: uno en el que un autobús me tumbó al suelo, el otro es Diego. Diego fue de lejos, el peor”
Habría que obviar las flores en la cabeza, los trajes coloridos y el rostro prominente que la caracterizaba, e indagar en lo profundo de su mirada, en la amargura de su sonrisa y en la frialdad de su semblante para comprender los demonios que la devoraban.
Solo observando su obra desde las entrañas, podemos conocer a Frida Kahlo. Pero que nadie la recuerde como “la esposa de” porque ella, con su pasión, con su rebeldía y su realidad, eclipsó al hombre-artista “que la mató de pena.”