Por Nuria Ruiz Fdez. 28/02/2023
En el Día de Andalucía quiero hacer un homenaje al movimiento de los Narraluces, un movimiento literario que surgió en Andalucía entre los 60 y 70.

Hace años, un concejal andalucista me dijo: “Los andaluces llevamos la verde y blanca en el corazón y amamos nuestra cultura, pero no se implican cuando se trata de llevarlo a la política”
En estos días, que celebramos el Día de Andalucía, es de entera importancia, que todos los andaluces y sobre todo, los que nos dedicamos a escribir, conozcamos los entresijos de una parte de la historia de la literatura andaluza para muchos desconocida hasta el momento. Este 28F debería servir para rehabilitar la memoria y la lectura de nuestros escritores andaluces que son legión en cantidad y calidad.
Las nuevas generaciones no conocen, del todo, un movimiento muy importante que sucedió en el mundo de las letras durante los años 60 y 70 del siglo XX en Andalucía.
Paralelamente al boom latinoamericano, surge en Andalucía un movimiento literario llamado por algunos críticos «Nueva Narrativa Andaluza». Componen esta narrativa escritores como José Manuel Caballero Bonald, José Luis Acquaroni, Luis Berenguer, Alfonso Grosso, Julio Manuel de la Rosa, Fernando Quiñones, Aquilino Duque, José María Vaz de Soto, Manuel Barrios, Ramón Solís, Antonio Prieto, Manuel Halcón, etc. y se les califica como el movimiento de los Narraluces, su característica común más remarcada son la de publicar en editoriales de renombre y conseguir premios notables en Planeta y Nadal, en el mismo lapsus de tiempo. Todos ellos comienzan a romper moldes y a publicar novelas con estructuras narrativas novedosas. Hay que saber que hasta esa época, los escritores andaluces escribían mucha poesía, la prosa todavía estaba por florecer, como así ocurrió.
El término “narraluz” lo creó el escritor y jesuita Carlos Muñiz (1930), uno de los integrantes de aquel grupo.
Cuenta Antonio Burgos, partícipe también de ese movimiento, sobre el jesuita: “El Cura Muñiz fue como el incansable capellán laico de aquella generación de novelistas. Y al igual que había bautizado a los hijos de muchos compañeros, sacó de pila a la Nueva Narrativa Andaluza y nos bautizó con el nombre de «los Narraluces».
¿Este fue un movimiento andaluz generacional, un marketing editorial o una campaña para solapar el boom latinoamericano? En la actualidad, hay dos corrientes opuestas que reflexionan sobre ello. Están los que niegan la existencia de una narrativa andaluza como José Antonio Fortes y José María Vaz de Soto y los que la defienden como José Luis Ortiz de Lanzagorta y Juan de Dios Ruiz-Copete, entre otros muchos.
Es cierto que los Narraluces tienen algunos caracteres comunes, pero también es verdad que se estimula este movimiento a través de premios importantes como el Nadal y el Planeta, cuyas obras de estos escritores eran a veces seleccionadas para conseguir el premio, antes de ser leídas. También se le quiso igualar al boom latinoamericano, caso sumamente difícil, ya que competir con un García Márquez o un Vargas Llosa era tarea perdida.
Luis Copete y Lanzagorta, defienden la teoría de que eran un grupo de escritores de calidad superior a otras épocas y por eso publican en editoriales de peso y logran los mejores premios. Que tenían en común la voluntad de estilos y el barroquismo, un sentido de denuncia y que utilizaban motivos de la realidad andaluza.
Sin embargo, los detractores de este movimiento como Fortes y Vaz de Soto, coinciden en decir que no existe una novelística andaluza, ya que son individualistas y que los rasgos que se aportan son universales. Que el barroquismo no es una tendencia generalizada y que existiendo una servidumbre a Madrid y Barcelona, todo fue creado por los intereses de las editoriales. Vaz de Soto, en su tesis en contra del movimiento, lo remata diciendo: «Gracias a los años 60 el florecimiento de la nueva narrativa andaluza no ha parado. Existen autores concretos, pero no un grupo homogéneo que permita hablar de una nueva narrativa”.
Tuve la suerte de conocer en primera persona al profesor Rafael de Cózar en 2013, otro de los protagonistas del movimiento, con el que me carteé (por mail) hasta el día de su trágico fallecimiento, en diciembre de 2014, intentando salvar de las llamas su biblioteca. Rafael con su forma tan pragmática de ver la vida, comentaba acerca de los Narraluces que: “Todo lo que se dice, puede rebatirse”.
El escritor, narrador y ensayista sevillano protagonista de aquella época, Julio Manuel de la Rosa, hizo una semblanza de esos años en los que él participó casi sin saberlo «ya que iba por libre», cuya exposición estuvo basada en una pregunta «¿Por qué de la sequedad en narrativa a la abundancia entre los 60-70?» Y llegó a la conclusión de que “no hubo ningún plan, ni siquiera nos conocíamos los escritores entre nosotros”.
Aunque los Narraluces aparecieron más como una campaña de marketing por las editoriales que por otros motivos, la realidad es que antes del 60 no había narradores y entre el 60-70 aparecieron los más importantes escritores andaluces hasta el momento. Ese boom de narradores andaluces sigue existiendo hoy en día, pero fueron ellos los fundadores de la narrativa andaluza sin saber que estaban creando escuela y un movimiento específico, aunque nunca estuvieron ni organizados ni desearon superar a los latino americanos. Por tanto, los escritores contemporáneos andaluces le deben el ser tenido en cuenta de Despeñaperros para arriba, cosa que antes de los 60 no ocurría.
Algunos críticos literarios han querido dejar oculto, en la historia de nuestra literatura andaluza, este movimiento y yo con mi modesta pluma, aunque no soy la única, he querido concederles el valor que se merecen en un día tan importante para todos los que llevamos la verde y blanca en el corazón y en nuestras manos.
Por suerte, como decía Vaz de Soto: “El escritor andaluz ya no necesita viajar a Madrid para darse a conocer, como en los tiempos de Bécquer y Cernuda, y si lo necesita en algún momento, ahí está el AVE. Lo importante es que cada uno escriba y lea lo que le guste”.